Mi amiga Andrea, del blog Lápiz Nómada, fue recientemente deportada de los EEUU, esto me hizo recordar una muy mala experiencia que tuve mientras vivía ahí, la cual escribí para un antiguo blog que ahora recupero para Vivir para Viajar.

En total pasé unos 4 años y medio viviendo en Estados Unidos (desde Julio 2009 a Diciembre 2013). Durante este tiempo tuve que salir muchas veces del país, la gran mayoría por viajes relacionados con el trabajo que tenía en aquel entonces. Por ello, me terminé convirtiendo en algo así como un experto en pasar el control de inmigración del aeropuerto.

La mayoría de veces regresaba a «casa» procedente de países de América latina. En casi cada una de estas veces, a pesar de tener todos los papeles y permisos en regla, he tenido que dar “explicaciones” en inmigración. Explicaciones sobre mi trabajo, el motivo de mis viajes, el motivo de estar viviendo en USA, etc.

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En una de las últimas entradas me seleccionaron para un “control rutinario aleatorio” que merece ser relatado para recordar a lo que me sometía cada vez que regresaba a mi “casa”.

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Desde el mostrador en la sala principal -donde los extranjeros son separados de lo locales y obligados a hacer (en la mayoría de los casos) colas interminables mientras ven repetidamente un video con actores sonrientes que te repiten una y otra vez lo maravillo que es América y que todo este proceso es por tu propia seguridad-, me llevaron sin darme explicaciones, a una sala más pequeña donde solo me indicaron que debía tomar asiento.

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Tras una media hora de espera, me gritaron desde el mostrador que tenía a unos 5 metros: “Hey tu! ¿Qué haces aquí?”. Sorprendido miré alrededor para ver si había alguien más en la sala. Después de comprobar que estaba solo me acerqué al mostrador, donde el oficial de inmigración volvió a preguntarme que qué hacía ahí. Respondí que no lo sabía, que simplemente me habían acompañado a la sala. El hombre continuó: “No me gusta tu pasaporte. Hay algo en él que no me gusta. Viajas demasiado a latino américa, y con demasiada frecuencia”. Después de pronunciar algunos países correspondientes a los sellos que tengo en el pasaporte, y me preguntó que a qué me dedicaba. Tras contarle la misma historia de siempre, me pidió la tarjeta de la empresa, y pregunto si llamando a la oficina habría alguien que pudiera corroborar mi historia. Era un sábado a medio día, por lo que a pesar de que hubiera habido gente trabajando, seguramente ninguno de ellos podría verificar mi historia (la oficina en la que trabajaba  tenía unos 300 empleados, de los cuales me relacionaba con menos del 10%). A pesar de explicarle esto al agente, insistió y llamó al teléfono que aparecía en la tarjeta. Se trataba de mi celular, el cual estaba en silencio… por lo que no obtuvo ninguna respuesta. Sin mediar una palabra más, me señaló la silla con cara seria, por lo que volví a sentarme.

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Tras otros 15 minutos eternos -en los que de vez en cuando me miraba- el agente se acercó a mí, me dijo que agarrara mis pertenencias y que lo siguiera. Fuimos a por mi equipaje, el cual debido a la espera, era el único que quedaba. A continuación el agente me indicó que esperara donde estaba mientras se dirigía al personal de aduanas. Tras entregarle mi documentación y un papel con algunas notas, el primera agente se marchó dejándome en custodia de quién debía seguir con el interrogatorio. Lo peor estaba por llegar…

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Una vez revisada mi documentación, el agente 2 me volvió a llamar y me preguntó de nuevo la “historia de mi vida”. Le respondí más o menos lo mismo. Me dijo que cogiera mi equipaje y le acompañara a la parte de atrás, donde estaríamos los dos a solas. De nuevo… volvió a hacerme las preguntas de siempre. Si traía comida, cuánto dinero en efectivo llevaba, si tenía algo ilegal que declarar. Respondí lo mismo que había indicado en el papel azul de inmigración… pero por desgracia me confundí.

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Lo primero que registró fue mi maleta de mano, en la que llevaba el portátil, el equipo fotográfico, etc.; por lo que le pedí que por favor tuviera cuidado porque eran elementos delicados, a lo que me respondió que él sería quién decidiría si mi pertenencias eran delicadas o no. Tras la amenaza, comenzó a sacar todas las cosas y, para mi mala suerte, sacó un bocadillo de jamón york y un jugo de mango que había comprado esa misma mañana en el aeropuerto de Cancún, y del cual me había olvidado por completo. Después de revisarlo, me preguntó con tono amenazante que si eso no era comida… como podría clasificarlo, y también me preguntó si había mentido en algo más mientras tiraba el sándwich a la basura. Esto me puso aun más nervioso de lo que estaba…

El agente siguió sacando mis cosas hasta encontrar unas pastillas, las cuales me había dejado un compañero a modo de remedio para la resaca:

– ¿Para qué son estas pastillas?
– Son para el dolor de cabeza – respondí
– ¿Otra vez mintiendo?
– No, es para lo que son – insistí
– Estás pastillas contienen vitaminas. ¿Es esto lo que tomáis en España para el dolor de cabeza? ¿De donde las has sacado?
– Me las dio un compañero porque me encontraba mal
– O sea, llevas contigo medicación que no has comprado… ¿Hay algo más en lo que me estés mintiendo? – concluyó mientras me tiraba las pastillas
– Lo siento – me disculpé mientras agachaba la cabeza y metía las manos en los bolsillos
– Las manos donde pueda verlas – me dijo desafiante – ¿Tienes algo que ocultar?
– No… – contesté tímidamente
– Levántate la camiseta y da una vuelta lentamente

Obedecí y me quedé callado unos minutos intentando estar lo mas tranquilo posible, mientras él terminaba de registrar mis cosas. Al fin y al cabo… sabía que no me podrían hacer nada, no tenía nada que ocultar.

Tras revisar todas mis pertenencias me ordenó que las recogiera y fuera al mostrador principal, donde tenían mi pasaporte. Después de revisarlo una vez, el agente me dijo: “Ahora que lo pienso, me suena tu historia. Creo que yo mismo te he puesto un par de los sellos de entrada que tienes… y recuerdo que en aquel momento tampoco te creí”. A continuación, prosiguió con el tono de voz que se emplea para los mensajes automáticos: “Usted ha sido seleccionado para un control rutinario de seguridad. Esto puede volver a ocurrirte en cualquier momento… – se detuvo un instante para clavar su mirada en mis ojos y prosiguió – Incluso en su próxima entrada al país.” A continuación me entregó el pasaporte y me señalo la puerta… Obedecí y me fui.

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Y no sé que terminó anotando en el ordenador, pero de alguna forma marcó mi pasaporte o mi visa, ya que cada vez que he vuelto a entrar a USA me ha pasado algo… me han detenido en el mostrador principal mas tiempo del habitual o incluso me han vuelto a meter en el cuartillo.

Además de las casi 3 horas que perdí, una cosa que siempre recordaré es que todas las personas me atendieron en español porque eran de procedencia latina. Quizás nosotros seamos los que peor tratamos a nuestra propia gente.

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Y todo esto te pasa un lugar cuyo lema es “We pledge to treat you with courtesy, dignigty and respect”, o sea, “nos comprometemos a tratarte con cortesía, dignidad y respeto”. Si, claro… eso queda muy bien de puertas para afuera, pero para adentro ya es otra cosa. Un buen ejemplo de la famosa doble moralidad americana, y es todos mis amigos locales se sorprendieron cuando les conté lo que me pasó. Estoy seguro de que Goyo Jimenez, nuestro humorista español experto en asuntos americanos, podría sacar algún buen monologo de algo como esto…

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En fin… a esto es a lo que me exponía cada vez que “volvía a casa”.

Y tú, ¿has tenido alguna vez problemas para acceder a USA? ¿Crees que hay algún que país que ponga más problemas que USA para dejar entrar a visitantes o residentes temporales?