De tanto en tanto, me detengo a pensar sobre el estilo de vida que he elegido, tratando de actualizar la valoración sobre los pros y contras de vivir viajando. Un ejercicio necesario para confirmar o reajustar el camino escogido. Aunque tengo que decir que, a pesar de las más que frecuentes curvas, no ha habido muchas variaciones de ruta en los últimos 5 años.
Por una parte están la sensación de libertad, la ausencia de rutina, vivir el día a día, disfrutar de la naturaleza, aprender sobre distintas culturas y religiones, conocer gente de todo tipo, sorprenderte una y otra vez… y de cuando en cuando, contemplar coloridos atardeceres mientras disfrutas de una fría cerveza en una remota playa de arena blanca y aguas turquesas.
Atardecer en Nusa Lembongan, Indonesia (Marzo 2019)
En la cara menos bonita de vivir viajando podemos mencionar la falta de estabilidad, la carencia de profundidad o los destellos de soledad. Pero sobretodo, el perderte momentos especiales. Momentos buenos y momentos malos. Esos momentos ajenos que, al fin y al cabo, hilan las vidas de la mayoría de personas.
En los buenos, cuando realmente son importantes, puedes planificarte y hacer un paréntesis para estar presente.
Incluso, con suerte, puede que le tomes una foto a tu sobrina durante su primera comunión
Sin embargo, en los malos, casi siempre te enteras cuando ya es demasiado tarde. Algo que ya me ocurrió cuando fallecieron mis dos abuelas. La primera estando en Estados Unidos, y la segunda en Myanmar.
Llamadas que se producen a deshoras, de tonos entrecortados que esconden falsa tranquilidad.
Llamadas que te hacen sentir el dolor en la distancia. Una distancia insalvable en la mayoría de los casos.
Llamadas que terminan con un “No vengas. Para cuando llegues, todo habrá terminado”, sumiéndote de golpe en la realidad de la inmensidad del mundo.
Con mis dos abuelas, gracias a las cuales, todo esto ha sido posible (Abril 2006)
Y es que las nuevas tecnologías te dan la falsa sensación de que, a pesar de la lejanía, puedes hablar con tus seres queridos en cualquier momento… Menos cuando ya no están. Y todos nos iremos en algún momento, porque nuestro viaje es de solo ida.
Cuando estás fuera vives en una especie de burbuja, en la que no te afectan las cosas de la misma manera. En cierto modo, te acostumbras a que distintas personas entren y salgan de tu vida frecuentemente, por lo que, pasado un tiempo, tiendes a desarrollar una falsa ilusión que hace pensar que no ves a esa persona por estar de viaje. No porque ya no está.
En realidad, el no estar ahí, el no poder haber hecho nada al respecto, el no vivir el impacto familiar, hace que sea menos traumático. Más llevadero.
Quizás por eso estoy viviendo estos días con una especial intensidad.
Quizás por eso estoy escribiendo esto.
Cuando mi madre colgó el teléfono y me dijo con el semblante serio: “vámonos corriendo a urgencias, que tu padre me ha dicho que se ha puesto malo”; dejé el almuerzo a medias, cogí las llaves y salí pitando con ella para la unidad de urgencias, situada a unos 10 minutos caminando de la casa de mis padres. Eran las 4 de la tarde.
Al llegar al centro de salud pregunté en recepción por mi padre, mientras mi madre entró en la zona reservada para pacientes. No estaba. Todavía no había llegado.
Llamé a su móvil, no hubo respuesta. Volví a intentarlo sin suerte. A la tercera me empecé a preocupar seriamente. Pero a la cuarta, por fin, pude comunicarme con él. Eran las 4.15 de la tarde.
Las palabras entrecortadas y casi indescifrables de mi padre, dieron paso a la voz preocupada de una mujer que me preguntó si era su hijo. Al decir que sí, me pidió que fuera de inmediato a recogerlo porque se encontraba muy mal. Salí corriendo cuando todavía no había colgado el teléfono. Al final de la calle, justo antes de desaparecer de su vista, le hice señales a mi madre indicándole que se quedara dónde estaba.
Continúe corriendo y al poco caí en la cuenta de que con las prisas, no había cogido las llaves del garaje donde guardo mi coche. Eso añadiría unos 15 minutos adicionales a un viaje que normalmente puede hacerse en 20 y una parada de nuevo en casa de mis padres. Llegué exhausto, tras una carrera repentina de esas que te demuestra que ya no eres un chaval.
Mientras subía las 7 plantas en ascensor, traté de hablar con mi padre de nuevo, para avisar de que todavía tardaría un poco en llegar. Tras varios intentos fallidos, y ya con todas las llaves, reanudé la carrera hacia el parking, saqué el coche a toda prisa… y comencé otra carrera, esta vez en coche. Sin darme cuenta, conduje de una forma por la cual, de haberme visto, seguramente me hubiera detenido cualquier cuerpo de seguridad.
Al llegar al bar donde trabaja mi padre, tres compañeros trajeron a mi padre casi a rastras, y lo acomodaron en mi coche.
- Papá, ¿dónde vamos? – pregunté con voz entrecortada
- Donde sea, pero ya – me respondió
Volví a conducir a toda prisa, pero esta vez, añadí furia y miedo a la ecuación.
Estaba furioso porque no entendía nada. No entendía porque no habían llamado a una ambulancia, o a un taxi. Y tenía miedo porque miraba a mi padre sin reconocerlo, empapado en sudor, pálido y con la mirada perdida, susurrando que se moría de calor. Y no sabía dónde llevarlo.
Las opciones eran el Hospital Clínico de Málaga, situado a 15 kilómetros, o el Ambulatorio de Torremolinos, a unos 10 minutos en coche, pero con un equipamiento mucho menor. Ahí estaba esperando mi madre.
Unos 300 metros antes de llegar al punto de bifurcación entre las dos opciones, mi padre forzó sin querer la decisión. Tras repetir varias veces “veo todo blanco”, se desplomó. En ese momento, pensé que se había ido. Que su viaje había terminado.
Saqué el teléfono, llamé a mi madre, y con la voz lo más tranquila posible, le dije mientras conducía a toda prisa: “Llego con papá en 5 minutos. Por favor, diles a los doctores que esperen fuera. Es serio”.
Doy gracias por haber guardado el teléfono de mi madre como favorito (es algo que te recomiendo por si acaso)
Detuve el coche prácticamente dentro del ambulatorio, cogí una silla de ruedas y entre varias personas subimos a mi padre, y lo metimos a toda prisa en la zona de los pacientes. Estuvimos unos minutos con él, informando a los doctores sobre sus antecedentes, su medicación, y lo que sabíamos que había pasado. Finalizado el briefing, salimos de la habitación y dejamos a los profesionales hacer su trabajo. Eran las 4.55 de la tarde.
Tras unos 45 minutos que parecieron ser eternos, salieron para informarnos de que mi padre había sufrido una arritmia muy agresiva y que habían podido estabilizarlo. No obstante, tendrían que llevarlo al clínico en ambulancia para ponerlo en observación y comprobar si había sufrido algún daño interno.
El enfermero que lo atendió se despidió diciéndome: “si lo hubieras traído ahora mismo no hubiera podido hacer nada por él”. No recuerdo la última vez que di unas gracias tan profundas.
Le di las gracias a él, pero di gracias también por no estar en uno de esos lugares remotos en los que paso la mayoría del tiempo. Por no estar ahí y haber podido ayudar de alguna forma, y tristemente, por no ser de ahí. En Ecuador por ejemplo, en la zona donde desarrollo el proyecto del agua, esta misma incidencia hubiese tenido, sin duda, un desenlace fatal.
Sobre las 6 de la tarde llegó la ambulancia del SAMU (Servicio Asistencia Médica de Urgencia). El doctor que iba en el vehículo, nos dijo que sus compañeros de urgencias habían hecho un excelente trabajo detectando lo que había pasado, y que le habían salvado literalmente la vida a mi padre.
Antes que se marchara en la ambulancia pude hablar con él, y me contó lo sucedido. Un cliente se había marchado del bar donde trabaja pagando 8 euros de menos. Al darse cuenta en la caja, mi padre salió a buscarlo corriendo. Fueron apenas 50 metros, y el cliente se disculpó y pagó al momento, ya que se sé confundió sin querer. Cosas que pasan. Pero esa carrera aceleró de forma violenta el ya débil corazón de mi padre, hasta el punto en el que estuvo a punto de causarle un paro fatal.
Esto sucedió sobre las 2.30 de la tarde, pero como el bar estaba lleno de clientes, continuó trabajando hasta que literalmente, no pudo más.
4 horas más tarde se encontraba ingresado en el área de observación del Hospital Clínico de Málaga, Ahí pasaría otras 48 horas en observación antes de ser subido a planta, donde comenzarían las pruebas para averiguar qué había pasado internamente, con el objetivo de evitar que volviera a pasarle y la promesa de no dejarlo irse antes de tener certeza.
Si la atención de urgencias le salvó la vida, la hospitalaria nos demostró las carencias de un sistema que evidencia que los recortes de los que tanto se habla en televisión, tienen su efecto en la práctica.
Podría comentar en detalle las idas y venidas que tuvimos durante las 2 semanas que pasamos en el hospital, en las que tan solo le hicieron 3 pruebas que no dieron con la causa, aunque si permitieron comprobar que estaba fuera de riesgo antes de enviarlo a casa. No entraré en detalles porque este es un blog de viajes, y porque, teniendo en cuenta la situación sanitaria a nivel mundial, en España seguimos siendo privilegiados pese a la precariedad y los recortes (aunque no sé por cuánto tiempo más).
Una cama improvisada a base de sillas…
… que me hizo extrañar las noches corpartiendo habitacion con otras diez personas en cualquier hostal del mundo. Pero esto, fue lo de menos.
Lo que si me gustaría comentar es lo que aprendí de dos de los compañeros de habitación que tuvo mi padre durante estos días. El primero fue un señor inglés de unos 70 años, que había sufrido un infarto dos días antes de finalizar sus vacaciones y volver a casa. Y por si fuera poco, tenía principio del Alzheimer. Esto me recordó lo importante que es viajar siempre con seguro, y elegir uno que te permita volver a casa en caso de una emergencia.
El último fue un hombre algo mayor que yo (39), en una aparente buena forma física, que visitó el hospital por un dolor en el pecho. Tras realizarle unas pruebas, le comunicaron que tenían que hacerle un bypass en apenas unos días.
Todo esto me recordó cómo, mientras la mayoría dejamos pasar el tiempo, unos minutos pueden marcar una diferencia irrecuperable. Y en menos de lo que dura un chasquido, desaparecen todos los problemas para centrarte en lo importante.
La vida se escapa mientras buscas parking frente al hospital en horario de consultas,
al tiempo que esto se convierte en una distracción para los pacientes
Por eso te recomiendo que, si tienes algun familiar enfermo o hay alguien al que hace tiempo que no le demuestras lo que lo quieres, dejes de leer esto y hagas algo al respecto. Porque TODOS estamos en un viaje de solo ida.
Por suerte, el de mi padre tiene una vuelta más, y a pesar de la medicación y la dieta, podrá seguir haciendo una vida normal. Yo, por mi parte, estoy deseando que se recupere completamente para volver a irme de viaje con él.
Esta historía termina en «continuará», así que papá: elige un destino, ponle fecha y prepara la mochila 🙂
Me encanta como escribes Javi. Llegas directo al corazón.
Me alegro de que tu padre este bien. Yo también tuve una experiencia similiar con el mío, gracias que fue también un continuará.
Dale muchos mimos a tu papi!
Un besazo