Tras una hora de viaje desde Jodhpur llegamos a Osian, un pueblo en el desierto, situado aproximadamente a 300 kms de la frontera con Pakistán. Allí conocimos a Omar, nuestro guía. Al vernos, nos saludo de forma amigable y nos dio la bienvenida. Javier y yo lo miramos detenidamente, y luego cruzamos nuestras miradas pensando: «¿Este va a ser nuestro guía para todo el día?»

Omar mide un metro y medio. Lleva unas gafas de sol RayBan de último modelo, una gorra de Ibiza y está haciendo ruido al masticar un caramelo con la boca abierta. De repente, tiró una pelota al aire y la agarro de nuevo con confianza.

  • «¿Qué edad tienes?» – Le preguntamos con cierta sorpresa
  • «Tengo 14 años» – Respondió Omar
  • «Bonita gorra. ¿Dónde la has conseguido?» – Preguntó Javi
  • «Me la dio un turista. ¿Es buena? – Volvió a preguntar Omar»
  • «Si, muy buena. Es de una isla en mi país, España» – Contestó Javi
  • Omar lo miró detenidamente como dando a entender que realmente le gustaría conocer ese lugar, y finalmente respondió sonriendo: «Bien, bien».

Continuamos caminando por este «desértico» pueblo. Nos llamó la atención el que fuera mucho más tranquilo que en Jodhpur. Había niños corriendo libremente por las calles, apenas tráfico o ruido, y la gente parecía estar mucho más relajada.

Suena el teléfono de Omar. Él contesta y habla como si estuviera encargado de su propio negocio y sabe exactamente lo que está haciendo. Es una imagen curiosa para un niño de 14 años.

Tras la conversación, Omar nos llevó a un templo hindu local y nos dijo: «Venid, venid» y «mirad, mirad». Ésta fue practicamente toda la explicación que nos dio sobre aquel lugar religioso.

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El Templo Hindú en Osian

Le seguimos y vimos.

A pesar de la falta de información, pudimos contemplar las vistas desde lo alto del templo. Desde ahí pudimos ver el inicio de ese desierto dorado por los rallos del sol. Ambos estábamos deseando empezar el paseo por el desierto.

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Vistas del desierto desde lo alto del templo

Caminamos hasta el final del olerlo dónde Omar tenía dos camellos esperándonos: Michael Jackson y Black Diamond. Montamos los camellos. Omar se sentó detrás de Javi.

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Durante las 2 horas que duró el viaje, Omar estuvo masticando semillas de cerezas y preguntando muchas preguntas:

  • ¿Puedo probarme tus gafas? ¿Quieres cambiarlas por las mías?
  • ¿Os gusta India?
  • ¿Tenéis algo para mi?
  • No me gustan los camellos, perfiero los caballos. Son mucho más rápidos.

Omar sentado detrás de Javi en Black Diamond, mientras nos preguntaba todas esas preguntas….

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Pudimos ver cómo vive la gente local de camino a la casa de la familia de Omar

Por nuestra parte le preguntamos si él estaba yendo a la escuela, qué era lo que había aprendido, y cuál era su asignatura preferida. Nos respondió que le gustaba el inglés porque así podía comunicarse con los turistas. Quedó claro que se trataba de un joven que se estaba preparando a si mismo para tener una vida diferente a la de sus antepasados.

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Durante siglos los camellos han sido el icono de la provincia de Rajastán. Son unos animales muy valorados porque se pueden adaptar fácilmente a entornos difíciles y contribuyen con la economía local al trasportar mercancías y personas. Los raika (como son conocidos los pastores de camellos) son los encargados de criar y cuidar estos animales por orden del dios Shiva.

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Ésta tradición esta disminuyendo considerablemente porque cada vez es menos rentable. Las furgonetas y jeeps están facilitando parte de las tareas que realizaban los camellos, las tierras de pastoreo están son cada vez menores, está aumentando la venta de las hembras de los camellos, y los raikas más jóvenes se están interesando más en los trabajos de los pueblos. En los últimos 10 años la cría de camellos se ha visto reducida al pasar de 500.000 camellos en 2003 a apenas 300.000 hoy en día. Curiosamente, el año pasado el gobierno indio redactó una ley para dotar a los camellos de la misma protección que tienen las vacas sagradas (7 años de cárcel en caso de asesinato y 3 años por realizar contrabando para llevarlos a otra frontera). Fuente: The Guardian.

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Después de varias horas de trayecto y con la espalda ya dolorida por el movimiento del camello, llegamos a la casa de la familia de Omar. Estaba literalmente en mitad del desierto. No había carreteras ni se veían otras familias viviendo en la zona. Fuimos recibidos por la abuela y la madre, quienes habían cocinado para nosotros.

Al principio estábamos un poco escepticos, porque pensamos que si nos pasaba algo este sería el lugar perfecto para que nunca más nos encontraran. ¿Habéis escuchado alguna vez una de esas noticias que empiezan así:«Dos turistas se adentraron en el desierto y nunca jamás se volvió a saber de ellos»?

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La casa de la familia de Omar

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Pero todo lo contrario: pasamos la tarde con la familia y nos enseñaron la cocina y como preparan el chapatti (pan tipo pita)…

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La madre de Omar preparando nuestro chapatti

Su sala de estar (donde duermen las 12 personas que viven en la casa) y la terraza.

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El área común de la casa

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Javi tomando masala chai (té indio) con la abuela

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La habitación de invitados

La abuela también nos enseño como consiguen la leche con la que preparan el masala chai:

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Visitar este el lugar, aunque muy básico, fue un escape del ruido constante de Jodhpur, de sus regateos y demás molestias propias de las ciudades de India. El desierto por otro lado era tranquilo y sereno, y el aire fresco y limpio.

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Cuando el sol empezaba a calentar cada vez menos, el padre de Omar apareció con su jeep 4×4 y nos ofreció llevarnos a un punto elevado para ver el atardecer. Desde ahí disfrutamos de una vista espectacular.

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Un «inesperado» paseo en Jeep por el desierto

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El sol escondiéndose tras las dunas

Una vez entrada la noche, nos ofrecieron una última comida antes de llevarnos de vuelta a Jodhpur.

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Volvimos en el mismo jeep descapotable. Mientras contemplábamos un firmamento poblado de estrellas nos miramos el uno al otro y dijimos: ¡Vaya experiencia, la viuda en el desierto es mucho mejor que en las ciudades!

NOTA: Por favor, ten en cuenta que en muchos lugares el montar a camello (u otros animales) va en contra del turismo sostenible con los animales. Nosotros decidimos realizar esta excursión porque era prácticamente la única forma de acceder al desierto que queríamos visitar. Además, nos fijamos en los camellos y nos parecieron que estaban en buen estado físico, y bien alimentados. De hecho, en el recorrido paramos un par de veces para que pudieran beber agua. Si te ves en una situación similar pero no estás seguro de que los camellos estén bien cuidado, te sugerimos que revises la siguiente guía.